¿Quién pudiera ser tan leve...?
un espacio entre el decir y lo indecible
Sobre la muerte (fragmento)
Algunos
problemas, una vez que profundizaron, lo aíslan en la vida, lo destrozan
incluso; entonces, no hay nada que perder ni nada por ganar. La aventura
espiritual o el impulso indefinido hacia las formas múltiples de la vida, la
tentación de una realidad inaccesible no son más que simples manifestaciones de
una sensibilidad exuberante, despojada de la seriedad que caracteriza al que
aborda asuntos vertiginosos. No se trata aquí de la gravedad superficial de los
que llamamos serios, sino de la tensión cuya locura exacerbada lo eleva, en
cualquier momento, al plano de la eternidad. Vivir en la historia pierde
entonces toda significación, pues el instante se ha sentido tan intensamente
que el tiempo se borra ante la eternidad. Algunos problemas puramente formales,
por más difíciles que sean, no exigen bajo ningún aspecto seriedad infinita, ya
que, lejos de surgir de las profundidades de nuestro ser, son tan solo el
producto de incertidumbres de la inteligencia. El único capaz de esta clase de
seriedad es el pensador orgánico, en la medida en la que para él las verdades
emanan de un suplicio interior más que de una especulación gratuita. El que
piensa por el placer de pensar se opone al que piensa bajo el efecto de un
desequilibrio vital. Me gusta el pensamiento que conserva un sabor de sangre y
carne, y lo prefiero mil veces a la abstracción vacía de una reflexión nacida de
un arrebato sensual o de un colapso nervioso. Los hombres no han comprendido
todavía que el tiempo de los entusiasmos superficiales ha terminado y que un
grito de desesperación es mucho más revelador que la más sutil de las argucias,
que una lágrima siempre nace de un lugar más profundo que una sonrisa. ¿Por qué
rechazamos aceptar el valor exclusivo de las verdades que están vivas, que
nacen de nosotros mismos?
Emil Cioran, "Sur les cimes du désespoir". (Traducción del francés de
Carolina Massola)
No creas que mi
vida es un paisaje
Y si así quieres
creerlo, entonces, sí
Te diré qué es un
paisaje despojado:
Durante días, meses
he buscado
Algo que me
pertenezca
Un objeto donde
encontrarme
Pero nada he
hallado
En cada lugar que
miro no estoy
Cada cosa me
devuelve su indiferencia
No hay relato que
se teja
Nada trae a mí una
referencia
Los sueños
también me hablan de algo
Cuando me muestran
mi torso desnudo
Cuando me dejan
una noche en la intemperie
Aún así busco en
esta casa ajena
Algún objeto
propio
Algo que me
pertenezca
Pero no hay caso,
no estoy
en cada lugar que
miro
Sin embargo, ahí
está el paisaje
Ante mí su escarpado
camino
su bosque y sus
claros
El silencio del andar
solo trae mis pasos
La vista al fin
encuentra un lugar
Un lugar me
devuelve algo
Cuando miro el
paisaje despojado
Allí me encuentro
al fin
Al fin comprendo
qué significa la intemperie
Qué ha sido de mí
en estos meses
En los que solo
he dejado
He dejado la casa
He dejado el
abrazo
He visto toda referencia
hundirse en un océano
Ahora soy cada
paisaje despojado
Algo abandonado a
la intemperie
Un lugar donde
nunca había estado.
Carolina Massola
Embriáguese
Hay
que estar siempre ebrio. Todo está ahí. Lo único que importa. Para no sentir la
horrible carga del Tiempo que rompe la espalda y lo inclina hacia la tierra, tiene que
embriagarse sin tregua.
¿Pero de qué? De vino, de
poesía o de virtud, como usted quiera. Pero embriáguese.
Y
si alguna vez, en los escalones de un palacio, sobre la hierba verde de una
zanja, en la soledad lúgubre de su habitación, usted se despierta y la ebriedad
ya ha disminuido o desaparecido, pregunte al viento, a la ola, a la estrella,
al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que
rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregunte qué hora es, y el
viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj le responderán: “¡Es la hora
de embriagarse!” ¡Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
embriáguese, embriáguese sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como usted quiera”.
Baudelaire, Le Spleen de Paris, XXXIII
Versión de Carolina Massola
Enivrez-vous
Il faut être toujours ivre.
Tout est là : c'est l'unique question. Pour ne pas sentir l'horrible
fardeau du Temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, il faut
vous enivrer sans trêve.
Mais de quoi ? De vin, de
poésie ou de vertu, à votre guise. Mais enivrez-vous.
Et si quelquefois, sur les
marches d'un palais, sur l'herbe verte d'un fossé, dans la solitude morne de
votre chambre, vous vous réveillez, l'ivresse déjà diminuée ou disparue,
demandez au vent, à la vague, à l'étoile, à l'oiseau, à l'horloge, à tout ce
qui fuit, à tout ce qui gémit, à tout ce qui roule, à tout ce qui chante, à
tout ce qui parle, demandez quelle heure il est ; et le vent, la vague,
l'étoile, l'oiseau, l'horloge, vous répondront : « Il est l'heure de
s'enivrer ! Pour n'être pas les esclaves martyrisés du Temps,
enivrez-vous ; enivrez-vous sans cesse ! De vin, de poésie ou de
vertu, à votre guise. »
Baudelaire, Le Spleen de Paris, XXXIII