Sobre la muerte (fragmento)
Algunos
problemas, una vez que profundizaron, lo aíslan en la vida, lo destrozan
incluso; entonces, no hay nada que perder ni nada por ganar. La aventura
espiritual o el impulso indefinido hacia las formas múltiples de la vida, la
tentación de una realidad inaccesible no son más que simples manifestaciones de
una sensibilidad exuberante, despojada de la seriedad que caracteriza al que
aborda asuntos vertiginosos. No se trata aquí de la gravedad superficial de los
que llamamos serios, sino de la tensión cuya locura exacerbada lo eleva, en
cualquier momento, al plano de la eternidad. Vivir en la historia pierde
entonces toda significación, pues el instante se ha sentido tan intensamente
que el tiempo se borra ante la eternidad. Algunos problemas puramente formales,
por más difíciles que sean, no exigen bajo ningún aspecto seriedad infinita, ya
que, lejos de surgir de las profundidades de nuestro ser, son tan solo el
producto de incertidumbres de la inteligencia. El único capaz de esta clase de
seriedad es el pensador orgánico, en la medida en la que para él las verdades
emanan de un suplicio interior más que de una especulación gratuita. El que
piensa por el placer de pensar se opone al que piensa bajo el efecto de un
desequilibrio vital. Me gusta el pensamiento que conserva un sabor de sangre y
carne, y lo prefiero mil veces a la abstracción vacía de una reflexión nacida de
un arrebato sensual o de un colapso nervioso. Los hombres no han comprendido
todavía que el tiempo de los entusiasmos superficiales ha terminado y que un
grito de desesperación es mucho más revelador que la más sutil de las argucias,
que una lágrima siempre nace de un lugar más profundo que una sonrisa. ¿Por qué
rechazamos aceptar el valor exclusivo de las verdades que están vivas, que
nacen de nosotros mismos?
Emil Cioran, "Sur les cimes du désespoir". (Traducción del francés de
Carolina Massola)
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