“…la elección de
traducir no completa un vacío, sino que responde al deseo del poeta traductor
de abrirse a otra identidad y poder crear el pasadizo, el espacio de
recibimiento donde convergen varias voces y donde se realiza el acto poético.
Es el corazón del silencio, en el que el traductor –al igual que el poeta–, se
encuentra tan cerca y tan lejos del poema extranjero. En esta equivalencia reside
la paradójica “fidelidad” del traductor, quien deja que el poema original se
abra, le sea cedido sin reserva. De algún modo, el traductor mereció
traducirlo, porque aceptó callar y escuchar, es decir “dejar que advenga lo que
habla en el poema y aceptar esa voz, en el corazón mismo del poema […], como el
don del otro”.
Verhesen, 2003, 26, [fragmento traducido por Carolina
Massola]
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